viernes, 6 de mayo de 2016

Una imprenta para un libro: IBARRA Y EL QUIJOTE

Manuel Belda, filológo, comisario de la exposición y coleccionista que ha prestado para la misma más de medio centenar de piezas nos habla hoy de una de sus libros preferidos de todos lo que en la muestra se recogen:

Cuando Carlos III llamó a palacio a sus embajadores para presentarles la Nueva Edición corregida por la Real Academia de la Lengua Española del INGENIOSO HIDALGO DON QUIXOTE DE LA MANCHA, compuesto por MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, sin duda que el monarca debió de sentirse muy satisfecho y orgulloso de poder dar a conocer una obra de tamaña importancia.
Corría el año de 1780 y, tras muchas ediciones, algunas tan relevantes como la de Londres de 1738 y la de La Haya de 1744, por fin en España, en Madrid, se llevaba a cabo la publicación de una soberbia edición, digna de un libro y de su autor.  En una imprenta de excepción, en la de don Joaquín Ibarra, impresor de Cámara de S.M. y de la Academia.
Las gestiones para tan importante empeño habían comenzado años antes, en 1773. El académico Vicente de los Ríos así lo expresa en su discurso “Elogio histórico de Miguel de Cervantes” y el Primer Ministro, Marqués de Grimaldi, se lo propone al rey,  justificando la necesidad de tal empresa en motivos como “la exaltación y gloria del ingenio español, la defensa del idioma castellano, el impulso de la mayor perfección de nuestra imprenta y la digna ocupación de los sobresalientes profesores de las artes…”
La mejor edición del Quijote, nunca publicada hasta entonces,  estaba en marcha.
Ya en el Prólogo de la Academia de la obra podemos leer cómo se prepara esta edición de cuatro volúmenes, en folio menor, que se encarga a la Imprenta de Ibarra.
En primer lugar, y como correspondía a una entidad como la Academia, se depura y limpia el texto de errores ortográficos y se recupera el título que el propio Cervantes había dado a la obra, eliminándose lo de “Vida y Hechos…”, además de fijar una división en dos partes, la primera y la segunda, con sus correspondientes capítulos.
Además del prólogo académico, la obra contiene la biografía de Cervantes, un análisis de la novela, y un plan cronológico con la supuesta duración de las aventuras de don Quijote. Cuenta, también, con un importante apartado de fuentes y documentos que sustentan la biografía y el análisis de Vicente de los Ríos.
Se busca y se compra el mejor papel, el de la fábrica de Josep Llorens y se hacen fundiciones nuevas de las letras. Asimismo Ibarra emplea acertadamente el satinado para quitarle la huella de la impresión.  Se modifican las grafías V por U, y la de la S larga como F, y se utilizan tintas de gran calidad y brillantez. Se dice que don Joaquín empleaba una fórmula secreta inventada por él.
Sin duda que la imprenta de Ibarra cuidaba los detalles. Se sabe que no contrataba a oficiales ni aprendices que no conocieran regularmente el latín, además de otras materias de cultura general. En su imprenta trabajaban más de cien personas y era un orgullo pertenecer a ella.
La fama y bien hacer de Joaquín Ibarra ya venía avalada y precedida por la realización del Salustio, el libro mejor impreso, se dice, del siglo XVIII.
Capítulo destacado de esta edición son las 33 láminas, el retrato de Cervantes, las cabeceras, letras capitulares, remates, además del mapa con la ruta de los viajes de don Quijote, de Tomás López,  que adornan sus páginas.
Hasta entonces se habían venido repitiendo dibujos y figuras de autores extranjeros de ediciones anteriores. Por fin, una edición española va a contar con grabados y láminas hechos por españoles y teniendo en cuenta la indumentaria, armas y tipos de la época de Cervantes. En dichas estampas se refleja la valentía, el idealismo y ese  “bendito” ridículo del caballero andante, así como la ingenuidad de Sancho, la desesperación de familiares y allegados, la burla, la ira… y las reacciones de los personajes con los que se va encontrando.
Tal tarea se le encarga en principio a José del Castillo. Pero, puesto que el autor se retrasaba en la entrega, en 1776 se convoca a concurso a siete nuevos dibujantes y pintores.  Entre ellos están, además de Bernardo Barranco, José Brunete, Gregorio Ferro y Jerónimo A. Gil, el salmantino Antonio Carnicero que, a la postre, sería el autor de la mayoría de las láminas, y el jovencísimo Francisco de Goya cuyo trabajo, curiosamente, no fue seleccionado.
Grabadores renombrados como J. Francisco Fabregat, Francisco Montaner, Joaquín Ballester, Manuel S. Carmona, entre otros,  trabajarían esas valiosas obras artísticas. Láminas que se repetirían en las ediciones posteriores como la de la Imprenta Real, en la de Sancha de 1797, en la versión castellana de Leipzig de 1800 y 1810, en la de París-Londres de 1814 y en la de Madrid de 1862.
En suma, una edición para la que no se escatimaron esfuerzos y que se empezaría a imprimir en 1777, con una tirada de 1000 ejemplares para unos, y de 1600 para otros.
Añadamos también a estos breves apuntes, el dato de la recuperación para su libre utilización en ordenadores de la denominada tipografía Ibarra, Ibarra Real, empleada y diseñada en la imprenta del ilustre aragonés, editor del Quijote que vemos anunciado en la Gaceta de Madrid de 22 de mayo de 1781:
“Cuatro tomos en cuarto real con láminas finas, cabeceras y remates; con el retrato de Cervantes copiado de una pintura del siglo pasado… y un mapa señalando los viajes de don Quijote… Se halla esta obra en casa de D. Joaquín Ibarra, calle de la Gordura, a 300 reales sin encuadernar, y allí mismo se venderán también juegos sueltos de estampas a cien reales cada uno.”

P.D. (En la Exposición CERVANTES, LENGUA DEL ALMA, se puede ver el Tomo I de la edición de Ibarra, de 1780, objeto de estas notas. La foto que se incluye corresponde al retrato de Cervantes que contiene dicho tomo junto a su biografía.)


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